II.I
La verdad es que me acerqué al Pedregal porque necesitaba respirar algo de verde y este es el verde más cercano a mi casa.

Derek Jarman
Es un lugar que conozco desde chica aunque no lo haya explorado a profundidad. Sus piedras, sus plantas y sus animales me han sido extráñamente familiares, sin embargo el ideal romántico de lo natural, el deso contemplativo de acercarse a un lugar verde y reconectar con una verdad arcáica y antigua, cuando aterriza en la reserva encuentra muchas más preguntas que respuestas. La piedra es abrazadora, y en general se ha cultivado un aura de peligro alrededor del Pedregal. Años de historias macabras han hecho de la Reserva un lugar en el cual “tienes que cuidarte” y donde es mejor que “no vayas sola”. Es difícil respirar así como estoy buscando.
En general la Reserva de San Angel está descuidada, y no por falta de esfuerzo. Hay muchas personas de corazones amplios que han dedicado su cariño y su tiempo a este recinto de vida. Yo mantengo que la responsabilidad más grande está en manos de la institución misma que se ha comprometido a cuidarla y en cuantos recursos permite que fluyan hacia la conservación y florecimiento de este espacio.
Un año después de comenzar este proyecto la Reserva aun me da miedo a veces. No siempre la siento como una invitación, y es triste darse cuenta poco a poco de que el miedo que me generan las piedras y los movimientos súbitos de las lagartijas poco tienen que ver con la vida-otra que reside entre las grietas. Le temo más a un posible ser humano que a este mundo desconocido.
II.II
Después de dos años la reserva comenzó a abrumarme. Hay demasiadas caras a este lugar y la investigación parecía dar tanto bandazos inspirados por la carrera constante de cambiar de foco una y otra y otra vez, que me era imposible construir un ritmo de vida; una organización vital, que pudiera sustentarme. Entramos poco después al posgrado y es por recomendación de los Mtros. Pedro Ortiz Antoranz y Jarumi Dávila que decido, de entre todas las formas-de-vida, enfocarme en el Tepozán (Buddleja cordata).
La afinidad creo que fue la guía rectora para tomar la decisión. Los Tepozanes
II.III
Esta investigación nace de un estado físico, mental y emocional particular. Nace en una situación socio-política que alimenta y reproduce este estado, si no por intención al menos como uno de sus “males necesarios”. Un estado de agotamiento al cual podríamos llamar depresión; un estado tristemente común hoy en día. Este estado físico es el suelo al cual llegó esta semilla acarreada como por el viento; esta semilla que eventualmente se convertiría en un pequeño Tepozán.
Las semillas del tepozán caen dentro de grietas; en la obscuridad preñada con potencias. En ella encuentran el cobijo de un mundo que con su vehemente fuerza arrasa con miles de posibles vidas. Cada Tepozán avienta cientos de miles de semillas a la fortuna y a penas un pequeño porcentaje tienen la suerte de caer en condiciones que le propician la vida. Alegremente esta investigación, como semilla, cayó en un suelo fértil con posibilidad; lleno de hambre y de duda.
En este sentido la investigación no puede más que emanar de la experiencia como una respuesta reflexiva y activa a ella. Esta investigación es una forma de vivir, y en ella no hay diferencia alguna entre tema, experiencia y proceso. Estos se co-determinar entre ellos como un pulso vital al estilo del ciclo sin fin. La investigación emerge de la interacción entre las fuerzas que animan por necesidad los deseos y las posibilidades que en su danza dan sustento a la vida que habitan, en otras palabras la fuerza y determinación del proyecto están sustentadas en la necesidad misma de mantenerse viva; una respuesta confrontada por la posibilidad de la muerte en vida que nos ejemplifica Mark Fisher en su Capitalist Realism.
“…how has it become acceptable that so many people, and especially so many young people, are ill? The ‘mental health plague’ in capitalist societies would suggest that, instead of being the only social system that works, capitalism is inherently dysfunctional, and that the cost of it appearing to work is very high.” (p.19)
Me refiero a Mark Fisher porque él daba clases en Goldsmiths. Es de ahí, de ese contexto, de dónde nace mi arrebato vital en contra de aquel estado físico, emocional y mental; dónde se gestó la necesidad para este proyecto.
En este sentido la investigación estrecha una de sus manos con la convicción de sobrevivir no sólo de forma individual, si no colectiva. El proyecto se reconoce como una más de mil voces que alzan el vuelo en busca de territorios para habitar sin las presiones estructurales que nos orillan hacia experiencias de vida alimentadas por la depresión, la angustia y el miedo. La investigación en torno a los tepozanes contiene una dimensión política en tanto mantiene una postura firme ante las fuerzas que nos desintegran; buscándonos maquinaria, muertos-vivientes, o manojos de historias que coartan las potencias vitales, eróticas y sutiles que afloran en una vida digna de vivirse.
En principio se reconoció que el camino debía empezar desde el estar. En la propia posibilidad de respirar distinto, de vivir a un ritmo en que el metabolismo fisiológico y psíquico se movieran en unísono, o al menso en un ritmo que reafirmara el movimiento hacia aquello que nos anima. Era claro que las imágenes y obras físicas que emanaran del proyecto habrían de tener un impacto directo en reafirmar esta potencia y este intento, de lo contrario serían un despilfarro de tiempo y energía, y este proyecto está en contra del despilfarro. Hubo que irlo creando poco a poco; un quehacer que no dejará de hacerse, pues pertenece a la práctica diaria y a la disciplina necesaria para que una necesidad se torne en un deseo, y que este deseo se convierta en un habito, y dentro de estas múltiples transmutaciones se dé a luz a una nueva forma de vida.
Había que desaprender. Desaprender ideas, desaprender gestos, desaprender aquel estado del cuerpo. Había que desaprender el no confiar y el miedo a las opiniones ajenas, al qué dirán y al murmullo ensordecedor del juicio tanto propio como ajeno. Había que desaprender incluso como nos nombrábamos, ella, él, ello; y cómo nos hablábamos en ese fuero interno dónde nace la luz de todo impulso íntimo. Desaprender a desear, a poder, a querer. Había que deshilar y desanudar toda esa red de sensaciones que hacían del cuerpo un hogar abrumador por lo propio, por lo impropio y por todas aquellas cosas que cabían en la rendijas.
De las posibilidades, las historias y los privilegios que me acompañan nació la respuesta que tenía que nacer a esta necesidad de deshacer lo que estaba hecho; lo más orgánico fue buscar un espacio “natural”, y en esa sintonía el llamado más claro y directo que conectó a mis receptores fue el de la reserva; de este espacio pedregoso que aunque hermoso en forma y espíritu, plantea retos ásperos para quienes la visitan y la habitan. Al principio este hecho se sintió como una desilusión; la inescapable ruptura de un romance idílico que prometía curar todos los males como por designio divino… sin embargo con el paso del tiempo, y a través de una lente de cariño cada vez más hondo, todo aquello que se presentó como desalentador de este proyecto se ha re-configurado en virtudes contundentes. Toda crisis es oportunidad.
De aquí se reconoce el proceso de trascender, primero el estado mismo del ser desde el cual nace la investigación. De ese punto comienzan a emanar una fuente de trascendencias que ponen pie fuera de los paradigmas que se erguían sobre y alrededor del ser que ha dejado de serlo. Trascender formas sociales y culturales es posible dejando atrás a la persona que las vivía como propias. Desheredarlas significa no darles más la herencia que somos, el cuerpo que vivimos no vivirlo en sus formas de ser cuerpo, de ser mente, de ser persona. Describirse de nuevo y heredar en cambio otra cosa. Desheredarnos de la persona que se esclaviza de forma consciente o inconsciente a una serie de relaciones que ha aprendido o construido para poder insertarse de forma cómoda en alguna organización de vida conocida… En el proyecto he tratado de construir una forma de ser libre; la libertad como un territorio que se mueve cada vez que me parecemos llegar a ella; la libertad como un proceso de adaptación constante, un flujo continuo de una vida que atraviesa mil piedras, mil ríos y mil mares, y qué mejor guía para hacer esto en los pedregales que un ser como el Tepozán.
El Tepozán crece de forma austera, sin necesidad de nada en abundancia más que el sol que cubre con su manto a los matorrales. Las raíces no se pelean con las piedras que causan tantos problemas para otros seres. Ellos simplemente las abrazan, y es el abrazo que termina por suavizarlas, por romperlas, haciendo de su cuerpo el suelo fértil que producen las arenas. El cuerpo de un Tepozán muchas veces aparece débil o discutible, su madera se asemeja al agua que escurre por las grietas volcánicas, sin embargo dentro de ella las raíces que en un principio no son más que hebras tan delgadas como un pelo, van siguiendo el camino de las fisuras naturales y habitando las profundidades de su cuerpo. El Tepozán trasciende la impresión de que una piedra es parangón de fortaleza. Una piedra es un hogar en potencia, es un cuerpo suave si se sabe cómo abrazarlo; abrazar es su fortaleza.
El conocimiento que nace de estas observaciones, de los acompañamientos con un espacio que poco a poco ha tenido un efecto transformativo sobre un cuerpo y mente propios pero también a momentos colectivos, son conocimientos que se exhalan por medio de una experiencia encarnada. Son conocimientos que suceden en consecuencia a las acciones realizadas, que tienen como herramienta a sus premoniciones teóricas de lo que podría ser el mundo, más no se limitan a ellas. Podríamos decir que esta investigación se instala dentro de una narrativa empírica; dentro de un lenguaje que se pronuncia a posteriori, un lenguaje que enuncia sus sílabas después de haberlas escuchado en el viento, o en voz de alguna hoja cayendo sobre el suelo. Alcanzando siempre hacia aquel lenguaje que palpita detrás de de las lenguas, de los cuerpos, de las memorias. Ese lenguaje universal, celestial, inframundo, extraterrestre. Acompañando lo indecible, que en un momento de capricho viene a hacerse cuerpo quizás en un árbol, quizás en un Tepozán.